"Soy pájaro en mano. Tú ciento volando."

Lunes.

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Hoy la he perdido otra vez. Me la ha robado un Citroën.
Llamé al futuro y no me lo  cogió nadie. Ni un contestador con el que desahogarme.
Pues bien vamos. Te miro de reojo, y cruzo los dedos.
Si miro a lo lejos eres tú lo único que veo.
Para qué decirte qué veo si miro más cerca.

No quiero que se vaya tu olor de mi camiseta.
Pero si todo se va, y todo termina, el olor también huirá, ¿no crees?

He saboreado unos minutos de placer en tu risa.
Y después he subido a la azotea, para intentar memorizar cada milímetro de ti.
No creo tener suficiente capacidad para ello.
Pero aun así lo intento.

Ojalá pudiera rozar tus noches.
Bajarte la luna y arañarla contigo.
Pares o nones. Yo te prefiero a ti.

....

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Desde aquel día, odio los taxis.
Y cualquier otro vehículo o medio en el que se aleje de mí.

Una de las últimas veces que la vi, me quedé viendo cómo se alejaba.
Jugando con una moneda en la mano izquierda.
Pensando en si estaba tocando la cara o la cruz.
Quería pasar aquel momento por mi cabeza un millón de veces, a ver si así, mi corazón era capaz de comprender que ella iba hacia el lado contrario.

Se giró un par de veces.
No sé muy bien para qué.
Quiero pensar que para comprobar que no me había desintegrado al verla marchar.
O tal vez para ver hasta qué punto estoy dispuesta a esperar.

El caso es que me quedé clavada en el suelo.
Con lágrimas en los ojos y rabia en la boca.

Cuando por fin se metió en el edificio, ya no tenía sentido seguir ahí. No volvería.
O tal vez sí. El caso es que conté hasta diez. Y me di la vuelta.

Tenía unas ganas de ella que no se me iban a quitar ni con ella.
No quería alejarme de allí.
Podía ir a cualquier parte en un radio de diez metros.
Pero no alejarme. Era un imán y yo un triste trozo de hierro.

Solo había una forma de huir de aquel magnetismo, y era fundiéndome.

Y eso hice; fundirme.

Rg´n.

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Ha sido todo tan mierda, que aun huele.
Dices que llevas a todos al límite.
Yo estoy colgando de él.
No puedo más.

He salido del edificio mordiéndome las ganas de dar la vuelta.
Llorando sin poder contenerme.

He fumado mientras en el humo solo veía tu cara.
El aire se metía en mi cabeza como si fuera a hacerla explotar.
Me he sentado en el suelo, en la boca del metro.
No quería irme.
Sentía que en el momento que pasara el ticket, te habría perdido más aún.
Lo poco que me quedaba de ti se estaba volando a una velocidad jodidamente insuperable.

He jugado con el mechero. He pegado un puñetazo a la pared.
Un golpe más. Allí he dejado constancia de cuánto te quiero.
Allí y en mis nudillos.

Puto dolor de todo. Dices que ojalá no te odie.
Cómo voy a odiarte. Me odio a mí misma. Qué culpa tienes tú.

Al final he cogido el metro, resignada, impotente. Todos iban a su rollo.
Menos yo, que iba al tuyo.
Iba a llamarte, decirte “algo”. Pero nada tenía sentido.
Ni una excusa barata me hubiera servido.

Hay una manera, tal vez una sola…

Citroën.

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Hoy he vuelto a ver el puto Citroën. Con el jodido taxista al lado.
Era el mismo. Yo nunca olvido una cara.

He cruzado el paso de peatones sorteando las líneas blancas.
Y me he quedado mirándolo. Me ha devuelto la mirada.
Ponía cara de no saber que había hecho para que yo estuviera enfadada.
Ha habido un momento en que casi le sonrío.
Pero no lo he hecho. Él se la llevó.

Me he sentado en la acera de enfrente.
He cruzado las piernas, por no cruzar los dedos. No hubiera hecho efecto.
Hoy no.

He pensado en su cara. Y he dejado escapar un suspiro.
Entonces he visto una pareja que se despedía.
Él intentaba retenerla, como yo aquel lunes. Y no sabía muy bien cómo.
Le ha dado dos besos. En la comisura de los labios.
De esos que saben a poco y te dejan con ganas de más.

Ella se ha subido en el coche.
Y él ha metido sus manos y sus ganas de detenerla en los bolsillos.
Ha sonreído, como el que pierde y no quiere reconocer que le duele.
Se ha quedado quieto, viendo como se alejaba.
Ella le ha sacado la lengua.

Cuando ha perdido de vista el puñetero coche, me ha mirado.
No ha hecho falta decirle nada.
¿Tienes fuego? Me ha preguntado, ignorante.
Sí, el mismo que tú. Le he contestado, imprudente.

Ha sonreído y ha sacado de la chaqueta un boleto de la once pasado.
Ha escrito algo torcido con su izquierda, y me lo ha dado.

Supongo que él también quiere acabar con ese taxista.

...

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Cuando no sé donde ir, ni cómo controlarme, acabo aquí.
Fumandome el tiempo entre tus fotos.
Intentando recordar tu olor.

Estoy intranquila. Impaciente.
Necesito tus mordiscos en mi boca.

No puedo más.
Estoy en el límite, y yo lo sé.

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